| Mientras que es normal pedir la intercesión en tiempos de peligro de un difunto que ha muerto en olor de santidad, resulta sorprendente pedir en la oración la de una persona viva. Sin embargo, éste fue el caso de San Nicolás, lo que implica que su fama de taumaturgo ya era inmensa en vida. Fue por haber sido testigos de uno de sus milagros por lo que los tres oficiales injustamente condenados a muerte pidieron a Dios que interviniera en su favor a través del obispo de Myra.La prudencia humana debería haber aconsejado a Nicolás no llamar la atención ni oponerse al emperador. De hecho, ya se había distinguido en 325, en el primer Concilio de Nicea, al defender la divinidad de Cristo frente al hereje Arrio, que afirmaba que Jesús era sólo un hombre. La doctrina del arrianismo era favorecida por el emperador, que sin duda no guardaba gratos recuerdos de un obispo capaz de oponerse a sus errores teológicos, y que, indignado por la herejía, abofeteó públicamente a Arrio, acción que envió a Nicolás a la cárcel…La aparición nocturna de Nicolás en el dormitorio imperial de Constantinopla, a más de trescientos kilómetros de Myra, guarda un gran parecido con fenómenos de bilocación más recientes y bien observados, como los del Padre Pío. Constantino, conocido por su temperamento fogoso, quedó tan impresionado por el suceso que revocó su sentencia, liberó a los condenados y los envió a Myra para dar las gracias a Nicolás por salvarlos y evitarle una injusticia. Como prueba de la santidad de Nicolás, nada más morir, el 6 de diciembre de 343, un aceite perfumado, conocido como «maná», rezumó de su cuerpo y curó a la gente. Tras el traslado de sus reliquias a Bari, en el sur de Italia, este milagro se sigue produciendo hoy en día, más de quince siglos después de su muerte |