
Meditación
Lourdes, 25 de marzo de 1858, en el calabozo, mientras aún era de noche: «Tengo que ir a la gruta. Esperaré a que salga el sol. No, tengo que ir y rápido». En la aparición, Bernardita pregunta tres veces: «Señora, ¿tendría la bondad de decirme quién es, por favor?».
«Aquella», como decía Bernardita para hablar de la Señora anónima, sonríe a cada pregunta. Bernardita repite su pregunta. «Aquella» pasa entonces su rosario al brazo derecho. Sus manos juntas se separan y se extienden hacia la tierra. Junta las manos a la altura del pecho, eleva los ojos al cielo y dice: «Que soy era Immaculada Councepciou».
Bernardita deja su cirio y sube corriendo al presbiterio. Mientras corre, se repite la frase que no comprende. Quiere estar segura de no olvidarla, de no deformarla. Al llegar ante el padre Peyramale, le lanza estas palabras a la cara, sin siquiera haberlo saludado como solía hacer. El padre le responde, con toda naturalidad: «Una mujer no puede llevar ese nombre».
El padre no se equivocaba. El papa había promulgado la «Inmaculada Concepción” de María. En Lourdes, la Señora dijo a Bernardita que el nombre del dogma era su propio nombre, incluso más que «María».
De hecho, ella se expresa como su Hijo, cuando le pide a Marta creer que es «la Resurrección y la vida». No hay otro Salvador que él. Del mismo modo, no existe otra creatura sin pecado fuera de María. Ella no tiene nada que ver con eso. Así es como fue creada. El nombre que Bernardita se apresura a transmitir al señor cura y que puede parecer muy arrogante, se une al versículo del Magníficat: «Ha mirado la humildad de su sierva».
La palabra «concepción» da una idea de aquel que concibe, Dios mismo. «Inmaculada», porque ha sido protegida del pecado por una gracia especial que la llevará al cielo, pero que la hará pasar por la cruz, donde ella misma recibió la salvación.
Oración a María
Oh, María,
Te tomaste un tiempo antes de confiar tu nombre a Bernardita.
Seis semanas desde el 11 de febrero, seis semanas de Cuaresma.
María, a través de muchas pruebas, has sido fiel
a la gracia de tu Inmaculada Concepción.
Bernardita ha sido fiel a su promesa de venir a la gruta.
Cuando todo parecía terminado para ella, que nunca sabría tu nombre,
Tú la saludas, por sorpresa.
Esperaste el día de la Anunciación, el día en que el ángel te llama:
«Llena de gracia», obra maestra de la gracia.
Tres veces, a la pregunta de Bernardita, sonríes sin responder.
Finalmente, dices aquellas palabras que Bernardita simplemente no entiende.
Tenía que ser un gran regalo para darlo con tanto miramiento.
A ti, María, más que a ninguna otra, se aplica la frase de san Pablo:
«¿Qué tienes que no hayas recibido?».
Una gracia única para una visión única.
Por eso, devuelves gracia y nos invitas a devolver gracia,
en este día de gran celebración..
Reflexión
La concepción de María es esa tenue luz en el horizonte anunciando el final de una noche muy larga. Su nacimiento será el alba antes del día, la aurora del mundo nuevo esperado durante siglos. Aurora de la Iglesia que atraviesa la noche en que la humanidad naufragó. ¿Y acaso no es la luz matutina la más transparente, la más límpida, la más clara y pura del mundo?
Cántico
A ti, de la cual la tierra
admira el regalo,
¿cuál es el misterio
de tu santo nombre?
Ave, ave, ave María.
Tres veces la pastora
vuelve a hacer humildemente
la misma petición:
la Señora la escucha.
Ave, ave, ave María.
María a la tierra
revela su secreto
por medio de una pastora
que lo ignoraba totalmente.
Ave, ave, ave María.
Virgen Inmaculada,
en ti creemos,
finalmente revelada
por tu verdadero nombre.
Invocación
Oh, María, sin pecado concebida,
¡ruega por nosotros que acudimos a ti!